• (n) fuerte inclinación hacia los sentimientos, alguien que tiene la capacidad de percibir

    Eco

    Me siento frente al folio y no me sale nada.
    No tengo nada que escribir… 
    Y sin embargo, cuando no existe ese papel mi cabeza se retuerce en versos imposibles que hablan de eco. 

    Es curioso, ¿se puede hablar de eco?

    Hablábamos de eco, la una al lado de la otra.
    Las palabras se repetían en serie en el tedio de los días. 
    Al principio con la armonía de lo desconocido, al final con el desorden de la cama.

    El eco, como el salitre, se instauraba en nuestras más profundas entrañas. 
    Y nos oxidaba. 
    Y nos oxidó. 
    Llorar era nuestra única forma de comunicarnos. Para hacer salir al salitre, no había otro sentido. 
    No tenía otro sentido.
    De hecho, nada tenía sentido.

    Las palabras acababan en eco. Retumbando en las 4 paredes blancas de mi habitación. 
    La historia parecía la misma, las palabras sinónimos de un libro con olor a rancio.

    Al final las arrugas de las sabanas molestaban si las hacías tu.
    Al final las lágrimas me alejan del mar.
    Al final las palabras me ataban a sentimientos y me alejaban, a la vez, de mi misma.

    Hablábamos de sentimientos, la una alejada de la otra.
    Los sentimientos cambiaban de forma en una espiral de decadencia.
    Al principio con la incertidumbre del futuro, al final con la certeza de una bala.

    Los sentimientos, como el óxido, se alojaban en nuestros cansados corazones.
    Y nos separaban.
    Y nos separaron.
    Fingir era nuestra única forma de comunicarnos. Para poder esconder la soledad, no había otro sentido.
    No tenía otro sentido.
    De hecho, nada tenía sentido.

    Los sentimientos acababan en eco. Retumbaban en las comisuras de nuestros labios.
    La sonrisa parecía la misma, los sentimientos la manzana envenenada de un cuento.

    Al final el futuro escocía si era contigo.
    Al final los gestos me hacían peor actriz.
    Al final los sentimientos me ataban a la soledad y me alejan, a la vez, de mi misma.

    Y cuando dejaba de llorar e impedía salir al salitre. 
    El mar ya no parecía demasiado lejos.
    Y cuando se acaba la función y dejaba de fingir.
    Las arrugas de la cama las hacía yo misma.

    Al final… cuando ya no estabas tú.

    Ahora miro este folio, lleno de palabras y de sentimientos, de gritos y silencios...

    Es curioso, ¿se puede escribir con las manos atadas y los ojos cerrados?


    Al final solo necesito paciencia para escribir.
    Al final solo se trata de paciencia.




    0 comentarios:

    Publicar un comentario

    Seguidores